Capítulo 1

 

 

Mirando por la ventanilla del avión, Emma buscaba la respuesta a cada una de las preguntas que desfilaron sin control por su cabeza.

Hacía solo unos días, cada faceta de su vida estaba organizada con un plan casi perfecto en el que no quedaba espacio para la improvisación ni la espontaneidad. Pero ahora eso había quedado atrás, y todo a su alrededor se tornó en un tremendo e incontrolable caos. Sin duda, aunque le costó un tiempo admitirlo, solo ella era la principal responsable del destino que se había forjado.

Pablo y Emma se conocían desde hacía tiempo. Sus padres eran amigos y estuvieron encantados cuando se enteraron de su relación. Con una buena intención desafortunada, fueron presionando a la pareja hasta que lograron que fijaran la fecha para su boda. Eran unos críos cuando se enamoraron, pero las cosas que le fascinaban de él cuando tenía diecinueve años ya no le resultaban tan atractivas con veintiséis. Emma terminó la carrera de Veterinaria y se puso a trabajar en varias clínicas, al tiempo que completaba su posgrado y participaba como voluntaria en algunas protectoras de animales. Él, que a duras penas aprobó el último curso de Gestión y Dirección de Empresas, se colocó, sin méritos propios, como director general en una de las empresas de su padre.

Hacía poco más de un año que Emma se dio cuenta de que sus vidas habían comenzado a tomar caminos separados. Sus ilusiones, sus sueños y sus deseos ya no eran los mismos y, aunque en muchos momentos se sintió atrapada en esa relación, el miedo al cambio, a decepcionar a las personas queridas, a aceptar que había confundido sentimientos, a salir de ese estado de comodidad en el que se instaló sin apenas darse cuenta, le impidió terminar con ella.

Pero ya no había marcha atrás. Él la engañó y el orgullo consiguió lo que, durante tanto tiempo, frenó el miedo.

—Señorita, ¿desea que le sirva alguna bebida? —Detrás de un carrito repleto de bebidas, un atractivo mulato se dirigió a ella.

—Un vaso de agua sin gas, por favor.

—Aquí tiene.

Ignoró la mirada coqueta que el azafato le lanzó con descaro, se mojó los labios con el agua y se colocó los auriculares mientras miraba, sin ver, una película turca en versión original que seleccionó en la pantalla de su asiento. El vuelo sería largo y nunca tuvo que pasar tantas horas seguidas en un avión; aunque, bien mirado, aprovecharía la ocasión para serenarse y poner sus ideas en orden.

La joven que viajaba en el asiento de al lado se dirigió a ella con una sonrisa.

—Creo que le hubiera gustado que le prestaras más atención.

Emma se quitó los cascos.

—Perdóname, ¿hablabas conmigo?

—Sí, lo siento —dijo risueña—. No quiero molestarte con mi comentario, pero no he podido contenerme. Es que ni te has inmutado con la mirada que te ha echado el azafato guaperas.

—¿A mí?, ¿estás segura? No me he dado cuenta. Tengo la cabeza en otra parte y, como has podido ver, estoy desentrenada en cuestiones de seducción —bromeó—. La verdad es que tampoco me quedan muchas ganas de entrenarme ahora mismo.

—Ya lo veo. ¿Mal de amores?

—Algo así.

—Disculpa mi falta de educación. Ni siquiera me he presentado, soy Karim —dijo sin dejar de sonreír mientras levantaba la mano para estrechársela.

—Encantada de conocerte, Karim. Me llamo Emma.

—Un nombre poderoso, sí señor —afirmó—. Dime, ¿viajas a África por trabajo o por placer?

—Bueno, espero que sea por ambas. Pasaré una temporada en casa de una amiga cerca de Johannesburgo, pero, en cuanto me haya instalado, buscaré trabajo en alguna de las reservas que hay por la zona. Llevo soñando con esto mucho tiempo, aunque hasta ahora no había encontrado el momento para dar el paso.

—¿Hablas de trabajar en una reserva de animales? ¿A qué te dedicas?

—Soy veterinaria.

—¡Qué casualidad! Yo también —exclamó entusiasmada—. Precisamente, viajo desde París porque me han aceptado para completar las prácticas de mi máster en un centro de rehabilitación de fauna salvaje.

»Soy sudafricana. Nací en Durban, una preciosa ciudad de la costa, pero llevo sin pisar mi país desde hace años, a pesar de que la mayor parte de mi familia materna sigue viviendo allí. De hecho, hasta que comience el curso, me alojaré en casa de mis tíos, en Johannesburgo.

Una grata compañía y muchos intereses en común provocaron que las dos jóvenes continuaran hablando durante gran parte del viaje, que transcurrió sin apenas enterarse. Fue reconfortante para ambas haber tenido la suerte de conocerse y decidieron intercambiarse los teléfonos para mantener el contacto mientras permanecieran en Sudáfrica.

Absortas en su entretenida conversación, solo dejaron de hablar al quedarse profundamente dormidas, apoyadas la una en la otra, tras la insípida y aburrida cena que les sirvieron en el avión.

Las luces de la cabina volvieron a encenderse unas horas después y los pasajeros levantaron las cortinas de sus ventanillas para adaptar los ojos a la claridad del amanecer. En poco más de una hora, llegaron al aeropuerto internacional de Johannesburgo.

—De verdad, no me importa esperar a que salga tu equipaje. No tengo ninguna prisa —repuso Karim.

—Te lo agradezco, pero no hace falta. Aprovecharé para llamar a mi familia y contarles que he llegado bien. Creo que mi amiga vive en una casa que está en mitad del campo y no sé si habrá buena cobertura desde allí.

—Como quieras, pero mantenme informada, y no te olvides de mandarme tu currículum. En dos semanas comenzará el máster y, en cuanto me incorpore a la plaza, preguntaré si queda alguna vacante para ti. Sería alucinante tenerte de compañera.

Karim salió del aeropuerto al tiempo que Emma encendía su teléfono. Al menos treinta llamadas perdidas saltaron al desconectar el modo avión del móvil, la mayoría de su hermana, pero, como no podía ser de otra forma, muchas otras eran de Pablo. Sin dejar de mirar las cintas por las que salían los equipajes, marcó el teléfono de Clara. Una voz crispada contestó al otro lado del auricular:

—Pero ¿se puede saber dónde tenías el teléfono? Llevo todo el día tratando de localizarte. Estaba a punto de llamar a la policía y denunciar tu desaparición.

—¡Por Dios, Clara!, ¿no te parece que exageras un poco? Estoy bien. He tenido el teléfono apagado unas horas, eso es todo.

—¿Y puedo saber dónde te has metido? Pablo me telefoneó desesperado para decirme que te has ido de casa. ¿Qué pasa?, ¿es que habéis discutido?

— Anda, ¿no te lo ha contado? No, no es eso. Ni siquiera hemos tenido que discutir, no ha hecho falta.

—¿Entonces?

—Pues nada, solamente pasa que se ha liado con su secretaria delante de mis narices.

—¡¿Qué tonterías estás diciendo?! Tú deliras. ¿No tendrás fiebre? Vamos, vente a mi casa y hablaremos tranquilas. Estoy segura de que todo es un malentendido. Él te adora, lo sé.

—En este momento eso ya no me importa. Se acabó, Clara, se acabó para siempre. Digas lo que digas, no voy a cambiar de opinión, y, aunque no te voy a negar que ha herido mi orgullo, la verdad es que me siento libre por primera vez desde hace mucho tiempo.

—Emma, no seas absurda. Dime dónde estás y voy a buscarte.

—Me parece que eso te va a resultar difícil. No creo que puedas venir hasta aquí. Acabo de aterrizar en Johannesburgo y estoy en el aeropuerto, esperando a que salga el equipaje.

—¡¿Qué?!

El alarido ensordecedor que profirió Clara al escuchar a su hermana le obligó a separar el teléfono del oído para que no le rompiera el tímpano.

—Dime que me estás gastando una broma pesada.

—No, no lo es. —soltó un suspiró—. Sabes que viajar a África ha sido mi sueño desde… desde siempre y, por unas cosas o por otras, nunca pude hacerlo. Creo que al fin ha llegado el momento —aseguró convencida Emma—. Estoy harta de hacer siempre lo que quieren los demás; ha llegado la hora de pensar en lo que yo quiero.

—Te has vuelto loca, no tengo ninguna duda. Ya puedes ir comprando los billetes para volverte en el próximo avión. No puedes hacernos algo así. Vas a matar a nuestros padres cuando se enteren de esto.

—Pues no se lo digas. Ya buscaré la manera de contárselo para que no les dé un ataque, pero esperaré a que regresen de su viaje. —Emma hizo una pausa y cambió de tono—. Clara, lo digo en serio, no tengo intención de volver. Estoy bien, de verdad, mejor que en mucho tiempo. Además, me quedaré en casa de Paloma. Relájate, no te preocupes tanto y, por favor, pase lo que pase, no le digas nada de esto a Pablo. Cuando esté preparada, hablaré con él —soltó de manera atropellada para que Clara no la interrumpiese—. Ahora voy a colgar. Te llamaré en cuanto me sea posible.

—Pero, Emma…

No esperó a que terminara la frase. Sin decir una palabra más, apagó el teléfono y agarró el equipaje para dirigirse hacia la salida.